el poder de la lectura

No es la primera vez que relacionamos aquí la relación entre la competencia lectora y el éxito personal y académico. Parece que esta conexión está fuera de cualquier debate. Pese a todo, en la escuela no hay una presencia tangible de la lectura como la poderosa herramienta que es y el papel fundamental que juega en el aprendizaje. Aceptando que el conocimiento a granel es bueno y conveniente para formar al ciudadano de este siglo —premisa tan potente como dudosa—, convendremos que la solución a todas nuestras carencias formativas no tiene misterio alguno: seleccionar el material más conveniente y proceder a su lectura y asimilación. ¿Que usted no sabe la diferencia entre una borrasca y un anticiclón? No problem. Se busca el libro adecuado (NUNCA un libro de texto) y se lo empolla. Así de fácil. Pero, ¿y si no es capaz de buscar la información relevante? ¿Y si ni siquiera está en condiciones de ordenar y dotar de sentido a todo ese arsenal de palabra escrita que amenaza con explotarle a uno en la cabeza? Así es que colegimos que potencialmente le aguarda un futuro más prometedor al escolar ignorante pero avezado en la lectura y la escritura que al otro que amalgama una amplia gama de conocimientos memorísticos e inconexos, fruto de complejas fijaciones artificiales y escasamente funcionales. Pero aprender a leer y escribir (o a ver cine, o a escuchar música…) no es sencillo: requiere de método y dedicación, y no tiene por qué ser una actividad necesariamente placentera. La aproximación a determinados textos requiere voluntad y perseverancia. El disfrute pleno y la percepción de las cualidades literarias no llegan sino al final de un largo camino de aprendizaje, que pasa por rechazos, lecturas truncadas, intercambio de ideas y formación de un criterio estético propio, pero flexible y abierto al descubrimiento. El mejor de los legados de una generación a otra pasa por enseñar a leer y escribir BIEN a nuestros escolares. Y hacer que esa actividad fértil y enriquecedora se prolongue durante toda la vida como una dimensión más de nuestra personalidad.

De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación. En César y Cleopatra de Shaw, cuando se habla de la biblioteca de Alejandría se dice que es la memoria de la humanidad. Eso es el libro y es algo más también, la imaginación. Porque, ¿qué es nuestro pasado sino una serie de sueños? ¿Qué diferencia puede haber entre recordar sueños y recordar el pasado? Esa es la función que realiza el libro.
Jorge Luis Borges, Borges oral.

césar vallejo

billete_vallejo

El inti fue una moneda peruana en caída libre entre dos soles. Urgido por las devaluaciones, el gobierno peruano imprimió en el billete de 10.000 la figura (siempre la misma: serio y meditabundo, sujetándose pesadamente el mentón) del poeta César Vallejo. El billete en cuestión se redujo casi a la nada. Pero la palabra de Vallejo conserva el atractivo, atrapa al lector y se mantiene erguida pese a los embates del tiempo. Dicen que en su Santiago de Chuco natal, la gente se expresaba en un castellano rancio y gentil, del que se alimentó el autor de Trilce para, a decir de los expertos, innovar y transformar el lenguaje poético para las generaciones venideras. Más allá del juicio técnico, Vallejo amanece hoy en este blog porque su lectura es muy agradable e invita, casi de inmediato, al recitado. En su país natal, el cuento Paco Yunque es de obligada lectura en los colegios, y su talla literaria se mide con la de los otros dos autores peruanos de obligada pleitesía: Garcilaso y Vargas Llosa. Quien quiera detalles biográficos se encontrará con su pertinaz afición amorosa por las niñas de quince años, su militancia indigenista y su compromiso estético y político; quien lo quiera ver como un inspirador revolucionario, lo podrá oír en boca de el Che Guevara. Y quien lo prefiera para ahuyentar la sombra de las ausencias, que se acerque a una de sus obras y lea sin más.

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…

mary poppins y la banca

 maria_poppins

Un banquero ha fallecido. Era un prócer recto, bondadoso e intachable. Generó riqueza incalculable para toda la comunidad sin más ambición que la de servir al prójimo ni más divisa que la del trabajo. El mundo financiero (que también tiene su corazoncito) y la sociedad civil en general están de luto. Pero una duda imperiosa nos devora por dentro: ¿daría alguna vez de comer a las palomas? Esa y otras cuestiones se plantean en la saga de Mary Poppins, escrita por Pamela Lyndon Travers, aunque la referencia más inmediata es la de la película de Disney que, dicho sea de paso, recibió un montón de óscares. Pamela (que en realidad se llamaba Helen) y Walt (que en realidad se llamaba Elías) discutieron hasta la extenuación sobre el personaje de Mary, que Helen-Pamela no reconocía como suyo en la gran pantalla. Al final el dinero de Disney se impuso y Travers se limitó a mostrar sus desacuerdos hasta el momento mismo de su muerte. Ambos dos eran personajes un tanto siniestros, pero no se sabe si queriendo o sin querer, el mensaje de la obra es fresco; la protagonista es una mujer no precisamente bella, de marcada personalidad, libre e independiente. Eso por no hablar de las pequeñas dosis de crítica social y la acertada descripción de la avaricia financiera, la misma que nos convierte a todos en esclavos de unas necesidades impuestas, derivadas de una lógica bursátil incompatible con el gesto de repartir unas miguitas de pan a interés cero.

huero y la enfermedad

En su libro Recogiendo tempestades, segundo tomo de memorias del políglota Carlos Huero Caín, el autor recoge las impresiones de la larga convalecencia hospitalaria a consecuencia de un misterioso acceso que lo mantuvo paralizado en cama durante meses:

La piel blanda, teñida de un color ruin y salpicada por huellas cárdenas que firmaban decenas de agujas, envolvía una especie de sarmientos retorcidos que apenas sujetaban los huesos en su sitio. Las manos yacían a los lados del cuerpo, aguardando el aliento de una voluntad que se resistía a navegar por el cauce seco de los nervios dormidos…

Los médicos nunca confiaron en su recuperación e incluso se entabló una sonada disputa entre sus amigos poetas por ver quién redactaba el epitafio más sublime. De aquel suceso Huero siempre guardó recuerdo amargo: Ruines y mezquinos [los amigos]. Y lo fueron no tanto por cruzar apuestas sobre la fecha de mi muerte como por dedicarme atroces frases lapidarias, algunas de las cuáles llegaron a mis oídos: «Espíritu libre, observador atento, poeta mediocre», «guardaremos como un tesoro la memoria de tus silencios», «te recordaremos aun a nuestro pesar»… Sin embargo, la infatigable actividad creativa y epistolar nunca cesó por completo merced a los buenos oficios de su tía Luisa, que transcribía todo lo que el eminente sobrino le dictaba. Un tal Iglesias fue ejemplo de fidelidad y devoción hacia el artista en tales momentos de zozobra; y a él le dedicaba Huero estas frases de aliento en una carta fechada por aquellos días: «Te agradezco sentidamente el balón que me enviaste. Es enternecedor que la plantilla del primer equipo haya accedido a firmar el cuero. Pero me disgusta que consagres tu vida a un deporte tan sucio, sobre todo cuando llueve. Ni la canción ni el balompié han de darte de comer. Dedícate a cultivar los talentos que tienes, que alguno habrá [… ] Si es tu voluntad dedicarte al cuento, mi camarada Barísnicov puede echarte una mano». Cascanueces, la grabación que hoy presentamos, es el resultado de aquella mediación.

juan josé plans, in memoriam

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Muchos recordarán a este gijonés como periodista, guionista o escritor; sin embargo, a nosotros nos resulta más familiar la voz profunda con la que abría sus espacios radiofónicos, en la que nos invitaba a «pasarlo de miedo con miedo». Las dramatizaciones al viejo estilo de las ondas nos preparaban (o nos indisponían) para el sueño del fin de semana, mientras gozábamos de historias envueltas en jirones de esa niebla baja y espesa, sembrada de gritos, en cuyas entrañas se ocultaban las almas de cuántos deambularon a deshora por los muelles del Támesis. No le gustaba considerarse autor de género, pero Plans no se librará de que le asociemos, casi sin querer, con los inquietantes relatos a los que ponía voz y con aquellos otros escritos de su puño y letra, que llegaron incluso a la pantalla grande, la otra gran pasión del escritor. Con el inestimable concurso y el talento de Ibáñez Serrador, nos puso los pelos de punta con la novela El juego de los niños (La película recibió un nombre más comercial: Quién puede matar a un niño), ambientada en un pueblecito costero donde unos endiablados menores se adelantan en casi una década y media a la implantación de la LOGSE.