niñueño

Nuestros amigos de «El Escarabayu 2» montaron una buena: bajo el lema «Soñar despiertos«, convocaron a todos los pequeños escritores de la Cuenca para que dieran rienda suelta a su imaginación al tiempo que se sumaban a una bonita iniciativa solidaria. Un aluvión de relatos infantiles inundó los mostradores de la coqueta librería. El tributo sencillo de un mogollón de participantes con ganas de pasarlo bien inventando una historia, modelando una idea, cocinando una trama mejor o peor resuelta que siempre llevaba el ánimo de conmover al lector arrancándole una sonrisa. Leer y escribir abren las puertas del entendimiento y su ejercicio promueve el desarrollo de cualquier destreza intelectual (y cualquiera es cualquiera). Y así fue que los esforzados atletas de la palabra no nos defraudaron: los que tuvimos la oportunidad de escuchar alguno de estos relatos en boca de sus jóvenes autores, quedamos gratamente impresionados por sus recursos y la fina disposición para la fabulación; porque no basta con inventarse «historias»: hace falta poner las palabras justas a esa vocecita interior que nos evoca viajes a Marte, dulces festines de nubes de caramelo o vuelos rasantes sobre aviones de papel. El verano es propicio para emborronar las últimas inmaculadas hojas de nuestros cuadernos escolares; de paso, aprovechamos para dejar un rastro inteligente que dentro de unos años nos recordará que hay vida más allá de las anodinas actividades de garrafón. ¡Que os cunda!

rosebud

annie_biblioluces

Con un buen guión se puede firmar una excelente producción cinematográfica. También es posible que el mejor guión del mundo no salve a un director chapucero. Pero lo que sí está claro es que no hay película de mérito sin un guión a su altura. Los que han podido leer guiones de cine antes y después de la producción de un film son capaces de detectar hasta qué punto un guión es como una partitura que implica tanto al autor como al intérprete. «Leer» cine es, a veces, decepcionante. En ocasiones son textos sin filo, prolegómenos de la imagen que aun está por llegar. Otras veces apuntan a un horizonte cinematográfico tan lejano que de entrada hay que compadecer al director que le toque lidiar con tal morlaco. Sin embargo, en internet podemos encontrar joyas donde podemos descubrir las huellas que nos llevarán hasta la cima del del séptimo arte, como este impresionante preámbulo a una de las historias más grandes jamás filmadas, escrito por el tándem WellesMankiewicz, que no es moco de pavo:

Atravesando la ventada se descubre una cama. La luz se apaga de repente y se vuelve a encender poco a poco. En la cama, una forma humana. Un chalet de montaña cubierto de nieve. Caen grandes copos. Se trata de una pequeña bola de cristal en la que una imitación de nieve cubre un minúsculo chalet. En el interior de la bola también hay un pequeño trineo cubierto de nieve. Una mano sostiene la bola. Unos labios se mueven murmurando con voz cavernosa:

KANE Rosebud…

La mano suelta la bola de cristal. Ésta cae por los escalones hasta acabar rompiéndose con gran estrépito. En reflexión sobre un trozo de cristal se ve, ligeramente deformado, abrirse la puerta de la habitación y entrar una ENFERMERA que se precipita hacia el cuerpo extendido en la elevada cama. Se inclina sobre el muerto, le dobla un brazo sobre el pecho y le cubre el rostro con la sábana.

Salvando las distancias, en Luces también hemos filmado una producción de gran presupuesto… artístico sobre los firmes cimientos de un guión impecable. Se trata de un thriller psicológico, donde se combinan la mejores esencias del género. El resultado: un corto intenso, duro y descarnado que no da tregua al espectador. Con él os deseamos unas dichosas vacaciones estivales que podéis aprovechar, por ejemplo, para aprender cosas…

Mala leche from Mar Rojo Producciones on Vimeo.

la undécima misión

principito_biblioluces

Los franceses renunciaron a su moneda bicentenaria con la llegada del euro. Supongo que más de uno todavía se andará lamentando. El último billete de 50 francos (algo así como mil trescientas pesetas de aquellas) emitido por el Banco de Francia presentaba la efigie de un conspicuo aviador, autor de éxito cuya obra más conocida ha sido vendida y traducida (desconocemos si leída en la misma medida) hasta la exageración. El mérito literario de Antoine de Saint-Exupéry ha estado atravesado siempre por esa otra faceta suya, tan sobresaliente como la primera, de aventurero intrépido. Lo cierto es que más allá de su onmnipresente «Principito», conocido, comentado, interpretado, versionado e imitado una y otra vez durante más de siete décadas, Exupéry supo hacer de su propia vida una novela, algo al alcance de muy pocos. No vamos a hablar del susodicho principito (el verdadero título es «El pequeño Príncipe») porque sería caer una vez más en el tópico que desluce y hasta disimula el calibre de su otra obra; que quede claro que Saint-Exupéry escribió más de un libro. Y más de dos. Saint-Ex no fue un escritor de literatura infantil. La incómoda relación que mantuvo con las esferas de poder utilizaron esa dimensión estereotipada para reducir la importancia de su legado literario, profundo, serio, poético. Exigente en extremo consigo mismo, algunas de sus revisiones fueron amargamente protestadas por su traductor al inglés, que llegado el momento se negó a suprimir pasajes de «Tierra de los hombres» alegando que ni siquiera el autor tenía derecho a eliminar fragmentos tan bellos. Después de vivirlo todo en la primera treintena de su existencia, el exilio a ras de suelo le sentó muy mal. Alimentaba la imaginación de sus hijos arrojando aviones de papel desde lo alto de los rascacielos neoyorquinos. Cuando merced a una intervención del mando aliado, maltrecho y dolorido como estaba, se le permitió regresar a Europa e incorporarse con 43 años a un sección de reconocimiento aéreo, Saint-Exupéry sin saberlo (¿o tal vez sí lo sabía?) trazaba la rúbrica final, extinguiéndose como un pajarillo, en pleno vuelo, a los mandos de un P-38 F-5B, frente a la costa francesa de Marsella. No cabe en el billete de cincuenta francos (ni en el de quinientos euros) el uno-noventa de humanidad de este escritor que ahora, leído desde las alturas de un nuevo siglo, resulta todavía más preclaro y elocuente.

Tal le ocurrió a Mermoz al atravesar por primera vez el Atlántico Sur en hidroavión. Al caer la tarde se encontró en la región del Pot-au-Noir. Frente a él vio amontonarse de minuto en minuto las colas de los tornados, como si se construyera una muralla, y, en seguida, la noche instalándose sobre aquellos preparativos disimulándolos. Y cuando, una hora después, se escurrió por debajo de las nubes, desembocó en un reino fantástico.

Trombas marinas se alzaban allí acumuladas y, en apariencia, inmóviles, como los pilares negros de un templo, que soportaban, hinchados en sus extremos, la bóveda oscura y baja de la tempestad. Pero, a través de los desgarrones de la bóveda, descendían haces de luz y la luna llena brillaba, entre las columnas, sobre las losas frías del mar. Mermoz prosiguió su ruta a través de aquellas ruinas deshabitadas, corriendo oblícuamente de un canal de luz a otro, contorneando aquellas columnas gigantescas donde, sin duda, rugía la ascensión del mar, avanzando durante cuatro horas a lo largo de aquellas coladas de luna, hacia la salida del templo. Y el espectáculo era tan abrumador que recién después que hubo franqueado el Pot-au-Noir, Mermoz se dio cuenta de que no había sentido miedo ni por un instante.

Terre des hommes (1939)

El Principito en cómic

acmé juvenil

platon_biblioluces

Continuando con nuestra campaña «Verdades como Puños», las alumnas de bachillerato le han tomado la medida a los textos clásicos y como quien no quiere la cosa, le están sacando partido a esas pequeñas lecturas que hoy llamamos el origen del pensamiento occidental… Los Helenistas, los Presocráticos, el Pitagorismo Pre-Parmenídeo, los Jonios, los Atomistas, los Post-Parmenídeos, los Platónicos, los Aristotélicos, los Platotélicos, los Aristopláticos post-pre-atomigóricos... Una legión de individuos pelín ociosos que un día decidieron establecer las bases del conocimiento, dejando una huella tan profunda que ni siquiera siglos de oscura abyección intelectual lograron borrar. Quizá ahora estemos en tránsito hacia otra época de oscuridad, y la falta de luz solar en pleno mes de junio no sea más que un augurio de lo que está por venir: las sustitución de este legado secular por un par de cupones para pasar unas vacaciones de ensueño en Punta Cana. Las muchachas de bachillerato rescatan verdades como puños que encuentran en su estrambótico libro de texto, una especie de boletín oficial de lo que se debe saber y lo que no. Después sugieren ideas para ilustrar las sentencias marcadas en negrita porque la palabra se les escapa, como se escapa la arena de entre los dedos. Mientras tanto, rescatamos del expurgo inclemente los libros de Platón, almacenados en una lóbrega buhardilla donde esperan turno para convertirse, ¡qué cosas!, en grisáceo papel reciclado, y en uno de ellos, marchito y ajado, abrimos al azar y leemos: «Comencemos, pues, la discusión, partiendo del principio de que nunca se debe ser injusto, ni devolver injusticia por injusticia, ni vengarse de un mal con otro mal. ¿O te separas en esto de mí y niegas la verdad de tal principio? Por mi parte hace mucho que lo adopté y sigo creyendo ahora en él. Pero si eres de otro parecer, dilo, y dame tus razones. O, si por el contrario, persistes en las mismas ideas que antes, óyeme lo que se infiere de ellas».

Filosofía para principiantes 

please hold…

El objetivo de las campañas publicitarias es el de instalar el mensaje allí donde las palabras y los razonamientos, por muy mesurados y cabales que sean, no encuentran acomodo. Una buena historia tiene más posibilidades de abrir los cauces del entendimiento que los argumentos de autoridad del catedrático más veterano. Y por eso nos terminamos creyendo eso de que Robin Hood era un tipo altruista, que siempre hay un bando bueno y otro malo o que los hombres han pisado la superficie de la Luna (¿Hay alguien en condiciones de demostrar con evidencias que eso haya sido así?). Si bien la vida nos proporciona experiencias que van forjando nuestras convicciones, generalmente el cotidiano discurrir de la existencia no alcanza a ilustrar todas y cada una de las certezas que tan orgullosamente defendemos en una tertulia de café. El ciudadano menos reflexivo quizá se conforme con repetir lo que ha oído en el último telediario, pero los que tienen por costumbre pensar en lo que dicen seguro que tomarán partido a favor o en contra de la pena capital o de la captura de la ballena azul recordando esta o aquella película, estas o aquellas historias o imágenes que hayan podido inclinar su juicio y determinar su postura. Por su especial trascendencia social, las campañas de seguridad vial son un clásico en las pantallas de la televisión y en las vallas publicitarias de todo el mundo occidental, campañas de tal repercusión que concitan siempre la atención de un abundante número de detractores y un no menos nutrido grupo de defensores. Las historias de las campañas de tráfico navegan entre la plácida contemplación de lo que pudo haber sido y la crudeza descarnada de lo que es. Casi siempre abordan lugares comunes que mueven a la reflexión o alertan del peligro, en ocasiones apelando a los sentimientos, aunque también explotan nuestros temores más atávicos. Escribir y construir una historia que transmita un mensaje positivo sin columpiarse en el abismo de la exageración es un ejercicio bonito. Y hasta saludable, porque además nos ayuda a reflexionar sobre el fenómeno en sí, ordena las ideas y remueve la conciencia. Como ejemplo, presentamos un pequeño vídeo que alerta sobre las consecuencias de una fatal distracción en carretera, y de paso enlazamos algún otro de mucho más merito y alcance, no sin advertir que la vida puede herir la sensibilidad del amable lector-espectador.