Bien: empecemos diciendo que Ítaca (Ιθάκη) existe. Es una isla pequeñita, como Nava poco más o menos, que no se ganó la fama por su paisaje, sus bebidas espirituosas o sus ruinas, que las tendrá, digo yo. En el imaginario de todos los lectores homéricos, Ítaca es la patria perdida ―después recobrada― de Ulises, el héroe griego valiente, fiel, inteligente y constante, artífice de la victoria aquea sobre los irreductibles troyanos. El viaje de ida y vuelta de este guerrero infatigable es el paradigma de la existencia, de la fortuna esquiva, de la lucha por la supervivencia y, sobre todo, de la defensa de los ideales que inspiran el derrotero de nuestras vidas. La referencia a la isla excede el ámbito puramente geográfico: la vuelta a Ítaca es el retorno a la pureza, la armonía y el amor, asediados por las fuerzas perversas de la ambición y el poder… Un conocido poema de Kavafis traducido por el filólogo Carlos Riba, le da pie al músico español Lluis Llach para componer una preciosa canción con indudable sabor mediterráneo. Todo aquel que escuche «Viaje a Ítaca» sentirá el embate del mistral en la cara y el suave vaivén de las olas bajo sus pies… O por lo menos eso creemos nosotros que, pese a que nos vamos aproximando inexorablemente, nunca, nunca hemos viajado a Ítaca…
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.