leer historia

La Historia es una materia fundamental. Las matemáticas o la Lengua Española también lo son. Pero la Historia así, con mayúsculas, lo es en sí misma porque encierra no solo las claves del pasado, sino también las del futuro, nos enseña por qué somos lo que somos e interpreta las quebradas líneas del progreso a la luz de las evidencias, las pruebas o los hallazgos. Leer historia es apasionante. Pero conocer la historia es algo crucial en una sociedad abierta y democrática. Casi diríamos que es deber de todo buen ciudadano vacunarse contra la demagogia y la información tendenciosa, contra las falsas ideologías y los tahúres televisivos que secuencian un pensamiento pesado y vacío en breves e insustanciales sentencias de tuíter.  Puede ser que algo de culpa tengamos nosotros, los docentes, de que la estulticia se haya instalado en casi todos los ámbitos del poder, pero debemos apelar a un compromiso de ciudadanía responsable que implique saber de los antecedentes remotos y de los más recientes, conocer los orígenes de España, valorar la autoridad de las fuentes e identificar dudas e interrogantes abiertos donde otros prohíben, censuran o sencillamente inventan o tergiversan. Los libros de texto, los verdaderos promotores del saber estático y acrítico, no han contribuido precisamente a este objetivo. Los reinos de taifas autonómicos han encargado textos a la medida de sus ambiciones o delirios, distribuyendo a su gusto en el convulso tablero de los anales etiquetas de «buenos» y «malos», consideraciones morales difíciles de documentar porque la conciencia de los hombres y los determinantes de sus conductas no están sujetos a ningún teorema, pero mueven al odio y el revanchismo con una facilidad pasmosa. Ahora que todos los esfuerzos por descifrar las claves de la convivencia se van al traste, que el nacionalismo vuelve a sacrificar en el ara de de la corrupción política todo lo que hicimos o quisimos hacer, mucho nos tememos que ya no será posible que las nuevas generaciones se muestren orgullosas del trabajo colectivo de un país que, más o menos avenido, siempre deseamos que fuera el de todos. Porque una vez más esa Historia que no conocemos, esa Historia que nos han escamoteado, que han falseado y contaminado, la Historia de España al fin, está condenada a repetirse.

nietzsche es mi fetiche

Cuando por casualidad nos topamos con esta canción de Las Estrogenuinas punteando las guitarras con esas caritas de escolares aplicadas, nos llamó la atención que se tomaran un respiro para leer a Federico Nietzsche. De la rima que da título al tema se puede decir bien poco, salvo que está en la línea de su otra pieza de inspiración literaria: Orgía en casa de los Buendía. Podemos colegir, sin embargo, que el autor de la letra se hizo un par de largos, estilo libre, por los escritos del filósofo sin encontrar empero las palabras que conciliaran el discurso nietzschiano con una métrica razonable. Nos quedamos pues con esa invitación a leer al filósofo del prominente mostacho y mirada estrábica, estampa del Federico recluido de sus últimos años. ¿Resulta demasiado atrevido proponer la lectura de este peculiar personaje? Por encima de su reputada condición de pensador pirado, sobresale la originalidad de la obra y el talento como escritor, una cualidad que desgraciadamente no poseen otros autores de pareja talla intelectual pero literariamente infumables. El estilo aforístico y directo de parte de su obra es consecuencia de su incapacidad para aplicarse a la tarea de escribir: a los pocos minutos de ponerse a ello le sobrecogían dolores espantosos. Contaba, pues, con escaso margen para plasmar las ideas. A pesar de ello, le dio un buen meneo a la ortodoxia intelectual de su época, cargándose los fundamentos de la moral cristiana imperante y proponiendo una suerte de nihilismo un tanto contradictorio que fue interpretado a su antojo por ciertos herederos reales e intelectuales, desdibujándolo hasta convertirlo en un garabato panfletario. No le haríamos justicia a este hombre demasiado humano si tan solo nos quedáramos con esa imagen de chalado que ilustra la mayoría de los manuales. El pequeño Fritz, como le llamaba su hermana, fue un señor muy lúcido, aunque dependiente, inestable, débil y enfermizo, bastante prolífico aunque su producción cesara abruptamente a los cuarenta y cuatro años de edad a causa de una demencia que nada tuvo que ver con su trabajado discurso filosófico. La recomendación que aquí toma forma se extiende a libros accesibles sobre su vida y su obra como El superhombre y la voluntad de poder de Toni Llácer, o la biografía de Miguel Morey, relato de un itinerario vital nada desdeñable si se tiene en cuenta que la trayectoria de Nietzsche se cruzó con la de otros personajes dudosos y apasionantes como Richard Wagner o la rompedora Lou Andreas Salomé, que bien merece otro artículo aparte. En su época Nietzsche fue prácticamente desconocido hasta el punto de que él mismo sufragaba las ridículas tiradas de sus libros. Pero con el paso del tiempo, sus propuestas lo convirtieron en un autor sumamente estimulante. En la actualidad ha sido recuperado y vindicado, en un esfuerzo casi imposible por convertirle en un filósofo políticamente correcto, lo que para nosotros justifica más que de sobra su lectura.

humillos o el innegable mérito de no saber leer

Sigue faltando la buena lectura que nos haga malos los que por malos tenemos, y mezquinos y tontos los que pintan rubor en las mejillas de tan solo oillos, por lo mucho que yerran y lo poco que atinan en el gobierno de la república, que alardean de las coces y los rebuznos como si fuera idioma universal, cuando solo a ellos les atañe. Y para que todo lo escrito se entienda, vendré a decir que no hay mayor osadía que imitar a Cervantes y tomarle la palabra como si fuera propia, pues no hay dos que escriban y describan tan bien los vicios pasados y presentes, como lo son la ignorancia de los que nos gobiernan y la mayor y sobrada querencia al asta de la burricie de los que aspiran a sucedellos, que no hay más que oír la jerigonza de estos telesúcubos sobrados para ver lo mucho que desprecian el saber, y con él, a todos los que acuden a ellos para reclamar justicia, discreción, gobierno y mesura, pues no hay nada más lejos de su lugar de origen que tales conceptos, rebozados en lodo pegajoso, tan ocultos en la negrura de su corteza que apenas distinguirse pueda una lezna de cordura o de buen juicio. Y para el que de esto dude, siga por extensión ponerle remedio a la duda leyendo los Entremeses cervantinos, obritas jocosas que los escolares estudian pensando que su lectura es casi imposible, y que ponderan en las pruebas de saber sin saber siquiera si hay letras bajo el epígrafe. Y vaya si las hay, que siendo piezas bien cortas y medidas, enseñan más de lo que pudo enseñarle un asno a otro con solo leerlas, si se sabe, o verlas y escucharlas en las muchas representaciones que se paran en la pantomina de los personajes, tan reconocibles por necios que sus nombres les delatan antes siquiera de pisar la escena: Pedro Estornudo, Juana Castrada, Humillos, Mostrenca, Trampagos, Teresa Repolla, Alonso Algarroba… Pasen y vean pues, ahora que hay tiempo, que todos los vicios que nos hacen españoles, seamos andaluces, vizcaínos, extremeños o catalanes, ya hubo quien los describió con pluma lúcida y certera hace cuatrocientos años, señalando a los que no leen ni tienen trazas de aprender como los únicos candidatos a ocuparse de la cosa pública que ahora dan en llamar de interés general: «¿Sabéis leer, Humillos? No, por cierto, ni tal se probará que en mi linaje haya persona tan de poco asiento, que se ponga a aprender esas quimeras, que llevan a los hombres al brasero, y a las mujeres a la casa llana. Leer no sé, mas sé otras cosas tales, que llevan al leer ventajas muchas. Sé de memoria todas cuatro oraciones, y las rezo cada semana cuatro y cinco veces. Y ¿con eso pensáis de ser alcalde? Con esto, y con ser yo cristiano viejo, me atrevo a ser un senador romano».

un toque medieval

Ya hemos terminado nuestro panel dedicado a los iluminadores. Seguimos escrupulosamente las pautas que los maestros medievales: elección del motivo, traslado al pergamino (en nuestro caso una tabla de contrachapado reciclada), tratamiento de los dorados (nos conformamos con posos de café diluidos en agua) y coloreado con pigmentos transparentes utilizando el fondo claro de la tabla para los efectos de luz, matizando las sombras con tonos más claros o más oscuros. El negro que realza los contornos y los pliegues de la ropa no es de marfil carbonizado ni de nuez de agallas: rotulador y pintura al agua, barata, accesible y limpia que había sobrado de otro proyecto. Con casi ningún gasto y unas horitas de trabajo pulcro y ordenado hemos reproducido a lo grande esta viñeta del Bestiario de Rochester a la que hemos dado la relevancia que merece.