breve nota informativa

El otro día en el almacén, remontando montañas de papeles inútiles y cajas apiladas en orden inverso al de su llegada, descubrimos una colonia de cronopios. Por fortuna, nada dice nuestra legislación autonómica sobre conservación y protección de seres blandos y aceitunados. Suponemos que hasta que ningún ocioso académico les describa, califique y catalogue, estos ejemplares no tienen nada que temer.  Los cronopios son unos sujetos desconcertantes porque a veces se comportan como personas. La escuela les gusta, pero prefieren escuchar lo que se dice a discreción, del otro lado de la pared, evitándose el tedio de las clases más soporíferas. Al no tener que cortarse las uñas o hablar por teléfono móvil, disponen de mucho tiempo libre para conversar o dar saltitos de a metro, preferiblemente sobre pavimento frío de cerámica o gres. Su presencia puede pasar desapercibida, porque al contrario de lo que ocurre con humanos, roedores y cucarachas, no son gregarios, en fin, que les da tal cual estar solos que acompañados, y mejor estar solos, que dicen ellos, que mal acompañados, que decimos el resto. Los cronopios de Luces son sumamente esquivos, verdes, pero menos, y tienen una larga nariz que no les sirve para nada, porque no necesitan respirar. Su morfología recuerda a la de un director general o a la de un cesante del ministerio de seguridad y desagravio. Pero no se confundan: no son peligrosos ni exudan venenos como la Phyllobates terribilis de las selvas amazónicas. No. Resultan tan inofensivos que hacen de la inofensa su forma de proceder habitual. Eso no quiere decir que se escondan o titubeen cuando se les muestra un bate de béisbol o una botella de vidrio seccionada de golpe por la base. Simplemente se sientan, con la cabeza (o algo parecido) apoyada en uno de sus apéndices, y aguardan a que la mala baba del oponente, generalmente idiota, disuelva el soporte muscular hasta la extrema licuefacción, tras lo cual prosiguen su camino cantando o tarareando algo parecido al adiósmuchachos de Gardel. Por testimonio propio, sabemos ahora que los cronopios de Luces ya han sido desahuciados de varios inmuebles por jueces ecuánimes y honestísimos, y que los servicios sociales les persiguen encarnizadamente para colocarlos en urnas asépticas, manutenidos hasta fin de existencias; pero de momento prefieren estar aquí con nosotros, disfrutando de un ventajoso contrato enfitéutico a cambio de un razonable laudemio. Y es que, como ellos dicen, ¿qué más se puede pedir? Seguiremos informando.

«Historias de Cronopios y Famas» de Julio Cortázar

es que somos muy pobres

La cara más descarnada de la pobreza es el desengaño. Cuando se vive en una burbuja, amparados por los mismos que nos llevaron a la ruina, y sostenidos por la idea de que las cosas no pueden ir a peor, resulta un tanto complicado recomponer el puzle de la carencia, la quiebra y la penuria. Para cuando llega el desengaño —ese sentimiento de vacío que ahoga las esperanzas depositadas en palabras vanas y altisonantes, en torcidos gestos de entusiasmo—, el empeño por mantenernos a flote se ha ido comiendo las ilusiones que pusimos en construir un mundo mejor… y en el preciso instante en que ya no queda nada desembarca la pobreza, una pobreza que tiene muchos nombres (pobreza moral, económica, cultural…), aunque todas terminen por confluir en el mismo mar, sumando a la postre el caudal de sus respectivas miserias. A lo largo de este año hemos recordado la figura de Dickens y subrayado el valor intemporal de su preclara visión de las necesidades humanas. Entre sus páginas identificamos a los verdaderos paganos de la desigualdad y el ambicioso desenfreno de los poderes económico y político: los débiles, los niños, la juventud ignorante y marginada, las mujeres… un esquema que se repite a lo largo de la historia hasta convertirse en una evidencia casi insoslayable que, sin embargo, por estas latitudes preferimos ignorar porque es mucho más progresista considerar que la moderna miseria democrática no escoge a sus víctimas. Hoy día 25 de noviembre queremos rescatar dos ilustraciones de esta violencia sostenida contra los más vulnerables: una de ellas es el vídeo «the host of Seraphim«, de la banda musical Dead Can Dance. El otro es de traza más literaria, aunque no por eso menos contundente: se trata de un cuento de Juan Rulfo incluido en el libro «El llano en llamas», de título «Es que somos muy pobres«. En este cortísimo relato, un niño describe la pobreza como un río que lo inunda todo, una corriente desbordada que anega el destino de las buenas gentes condenándolas a entregar su dignidad a cambio de un trozo de pan.

La única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía vivo. Ojalá no se le haya ocurrido pasar el río detrás de su madre. Porque si así fue, mi hermana Tacha está tantito así de retirado de hacerse piruja. Y mamá no quiere.

«El llano en llamas» de Juan Rulfo

Can you see anything?

¿Quién no ha soñado alguna vez con encontrarse un tesoro? Este recurrente argumento onírico ha alimentado durante siglos la imaginación de cientos de autores. Pero muy pocos experimentaron en carne propia la indescriptible emoción de un hallazgo tal. En un día como éste, hace ahora noventa años, Howard Carter no tenía ni idea de que el desierto estaba a punto de revelarle la situación exacta de la anhelada tumba de Tutankamón, un faraón adolescente que vivió y padeció un tumultuoso tiempo de cambios en el antiguo Egipto, hace aproximadamente treinta y cuatro siglos. No vamos a insistir en el detalle porque internet hierve de información, pero sí queremos advertir que cualquiera que se aproxime al tema se va a sentir irresistiblemente atraído por todos los pormenores del mismo: la historia de una civilización deslumbrante, la evolución del método arqueológico —desde la rapiña y el expolio consentido hasta el moderno procedimiento historiográfico—, la biografía de los célebres estudiosos e investigadores y sus mecenas, las maldiciones, los conflictos diplomáticos, las intrigas políticas… Una invitación para adentrarse en sombríos corredores y asomarnos a la cámara en la que yace uno de los más valiosos tesoros del conocimiento humano: la egiptología. Hoy los libros nos ofrecen la posibilidad de revivir estos descubrimientos, sentir la incontenible excitación infantil de Lord Carnarvon y experimentar la emoción de Carter cuando, a través de un agujero abierto en la pared, vislumbró lo que sería el mayor descubrimiento arqueológico del todos los tiempos: «Veo cosas maravillosas».

«Los descubridores del antiguo Egipto»

«Historia de los egipcios»

los no-muertos

Cuando Bram Stoker publicó en 1897 Drácula o, como él hubiera preferido, Los no-muertos, no se imaginaba siquiera que su personaje seguiría, ciento quince años después, fresco y resuelto a dar mordiscos como el primer día de su no-muerte. Porque el conde bebe-sangre es un personaje literario que ha impuesto su estrafalario estilo gótico tanto en los sueños como en la gran pantalla del cine. Eso por no hablar de los imitadores, remedadores, inspiradores y cómplices que le han salido a lo largo de este último siglo, monsterjais incluidas. El vampiro es, en esencia, una criatura que se regenera alimentándose de la esencia vital de otros seres vivos (Sí, ya sé en quién están pensando, pero no…). Se le reconoce como un ser maligno enraizado en el folclore de muchas culturas bien diferentes. Por eso no es raro que Stoker diera forma a su aristocrático chupóptero a partir de historias que circulaban por su Irlanda natal, aderezadas con testimonios y relatos centroeuropeos que le llevaron a fundir el mito del vampiro con la historia del príncipe rumano Vlad III El Empalador, un gobernante que, de no ser por el escritor irlandés, habría pasado a la historia como un europeista convencido, al que otra aberración como Ceaucescu declaró «Héroe de la nación rumana» en 1976.  Stoker, muy influido por la corriente psicoanalista de su época, sublimó el espíritu mismo de la maldad y lo materializó en un personaje que, curiosamente, se prodiga poco en la novela. Dicen los que saben que Don Abraham es un autor irregular y mediocre, pero eso importa poco si tenemos en cuenta cuál es su aval para la posteridad: Drácula el Drácula de Stoker para ser exactos, porque los que no se han asomado a la lectura de este libro tendrán ahora mismo en la cabeza las siluetas de los dráculas que otros creadores como MurnauLugosiFisherCoppola o los dibujantes de la Marvel imaginaron para nosotros. Y eso, claro, no es lo mismo…

sobre sentados, príncipes y mendigos

Mark Twain se sirve de uno de los capítulos más apasionantes de la temprana edad moderna para escribir El príncipe y el mendigoEduardo VI, hijo del sanguinario Enrique VIII y la tercera de sus ocho esposas, se mete en un lío monumental cuando intercambia su identidad con Tom Canty, un niño de la calle con facciones muy parecidas a las del rey del Inglaterra. La novela le hace un gran favor al soberano, del que Twain dice que fue «especialmente benigno para aquellos duros tiempos». Lo cierto es que el muchacho vivió apenas 15 añitos y reinar, lo que se dice reinar, reino poco, porque su padre le dejó por herencia dieciséis tutores y un país en pié de guerra. Pero lo que importa es el final feliz de la historia, la liberación física y moral de los dos protagonistas y su retorno al mundo que a cada cuál le corresponde, con el añadido de que a Tom le reportó el respeto y la consideración de sus paisanos y al valiente Miles Hendon, el noble que hizo posible la coronación del verdadero príncipe, la concesión de un singular privilegio para él y sus descendientes: sentarse en presencia del Rey. Durante la recepción de los premios Príncipe de Asturias aprovechamos la circunstancia para jugar a rebeldes y descubrir qué sensación experimenta aquel que contempla de sentado el paso de la regia comitiva, a discreta distancia y sin alardes, eso sí; y si bien es cierto que la Señora nos miró con gesto torvo, el heredero de la Corona salvó el espacio que nos separaba y nos saludó estrechando la mano y doblando la cerviz: ¡Qué suerte poder estar sentado! ¿eh?
Un buen final, teniendo en cuenta de que en otro tiempo nos hubieran descoyuntado. Se ve que D. Felipe también se había leído a Twain…

Centelleó en sus ojos una idea repentina, que le impulsó a dirigirse a la pared, agarrar una silla, plantarla con firmeza en el suelo y sentarse en ella. Oyóse un murmullo de indignación, y una mano se posó bruscamente en el hombro de Hendon, mientras exclamaba: –¡Arriba, payaso desvergonzado! ¿Osas sentarte en presencia del rey? Este incidente llamó la atención de Su Majestad, que extendió la mano exclamando: –¡No le toquen! Está en su perfecto derecho! Los magnates retrocedieron estupefactos, y el rey agregó: –Sepan todos, damas, lores y caballeros, que éste es mi queridísimo servidor, Miles Hendon, que interpuso su excelente espada y salvó a su príncipe de un daño corporal y quizá de la muerte… y por eso es caballero por nombramiento del rey. Sepan todos que por un servicio más elevado, por haber salvado a su soberano de los azotes y de la vergüenza, atrayéndolos sobre sí, es par de Inglaterra y conde de Kent, y tendrá oro y tierra, correspondientes a su dignidad. Más aún: el privilegio que acaba de ejercer le corresponde por concesión real, porque hemos ordenado que él y sus sucesores legítimos tengan y conserven el derecho de sentarse en presencia de la Majestad de Inglaterra de hoy en adelante, generación tras generación, mientras subsista la Corona.