coincidencias, prosemas y meopas

Normalmente los designios de una vida los determina la casualidad. No es extraño, pues, que en la literatura se expriman a menudo los recursos del azar y la fortuna para articular la historia. Siempre nos ha fascinado como todos y cada uno de nuestros actos presentes determinan para bien o para mal el devenir de los acontecimientos futuros. Cómo, por ejemplo, aquel taxista torpe nos salvó la vida al impedir que tomáramos el avión extraviado para siempre en el Triángulo de las Bermudas; o cómo el inesperado aguacero arruinó una cita en el parque con la chica más guapa de cuarto curso, que años después llegaría a ser vicepresidenta del gobierno. Muchos de los escritores sudamericanos del siglo pasado supieron combinar en dosis perfectas lo verosímil con lo mágico, recreando historias y ambientes reconocibles que, sin embargo, se presentan rodeados de un halo fantástico que primero nos desconcierta para después atraparnos sin remisión. Uno de ellos fue Julio Cortázar, del que dicen que bien pudo haber sido una creación de sí mismo. Si te lo encuentras por casualidad en las estanterías de la biblioteca, atrápalo. De no hacerlo así, es probable que dentro de algún tiempo…

por falta de palabras

Ni siquiera los especialistas se ponen de acuerdo sobre si las palabras sirven para transmitir el pensamiento o si, por el contrario, el pensamiento mismo es consecuencia de nuestra pericia lingüística. Pero tanto en uno como en otro caso, con las palabras tendemos un puente de entendimiento con nuestros semejantes. Y con nosotros mismos. Cuando nos quedamos sin palabras parecemos obtusos, nos volvemos espesos y nuestros los esfuerzos por darle forma a una idea se vuelven vanos.  Hay quien dice que es posible dominar un idioma conociendo mil palabras. Quizá para solicitar un impreso o preguntar por una calle sea así. Pero hasta ahí. Hace falta saber muchas palabras para crecer como personas, expresar un concepto original o crear nuestro universo personal. Pero las palabras todas, desde las más comunes a las menos habituales, no crecen en los árboles. Las «buenas» palabras están en los diccionarios; pero también en boca de quien las usa con propiedad, en los libros bien escritos, en los refranes populares, en los grafitos de las ruinas pompeyanas… Para no quedarse sin palabras es necesario refrescar en tales fuentes el conocimiento de nuestra propia lengua, ese tesoro que nos permitirá, por ejemplo, expresarle a la persona amada lo que sentimos por ella. Algo que no supieron o pudieron hacer los personajes de la siguiente historia que te presentamos.

lo pequeño es hermoso

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Lo pequeño es hermoso (Small is Beautiful) es uno de los libros clave para seguirle la pista al nacimiento y evolución de la agricultura ecológica y movimientos sociales cercanos. Escrito por E.F. Schumacher, economista, en 1973, y traducido a más de 30 idiomas, es un best seller en las que se retrata la organización del mundo occidental y los problemas sociopolíticos, económicos y ecológicos que ha generado. Lo pequeño es hermoso propone nuevos caminos para conseguir un desarrollo sostenible en términos humanos. Su preocupación por la conservación de los recursos naturales, por la distribución de la riqueza, por el bienestar social le convirtió en un pionero en temas que hoy, casi sin pensar, reconocemos y etiquetamos rápidamente como desarrollo sostenible, consumo y acción local, tecnología intermedia, microcréditos, autonomía alimentaria, slow food, comunidades sustentadoras de la agricultura, decrecimiento y tantas otras.

Un libro que nos habla desde el pasado y nos hace preguntarnos si realmente avanzamos en alguna dirección y adónde lleva ese camino que tomamos en los comienzos del siglo XX.

Como complemento más ligero a la lectura del libro te proponemos el documental «La historia de las cosas«, que puedes ver aquí mismo:

cambio de hora

Como cada año, a los lectores horizontales se nos obsequia con sesenta minutos de diversión extra merced al cambio de hora de la próxima madrugada. Porque son, somos, legión los tumbados que aun poniendo intención de lectores las veinticuatro horas al día, tan solo encontramos asilo en la cama, ese sanctasantórum del reposo, monumento universal al descanso que, en sus diferentes versiones, nos acoge como a peregrinos en busca de onírico jubileo. Es injusto calificar de perezosos a los que, persiguiendo un buen fin, le muestran querencia o prolongan la estancia en el lecho más allá del último ronquido. Escritores e intelectuales alumbraron entre sábanas algunas de sus mejores obras: Descartes se recreaba con ensueños geométricos hasta la hora del almuerzo, Valle-Inclán recibía a las visitas bien arropadito, Proust concluyó postrado siete novelas y el uruguayo Juan Carlos Onetti se la pasó contemplando cómo la vida deshilachaba las costuras de su edredón de miraguano. Del otro lado, los que algo sabemos del tema afirmamos categóricamente que la horizontalidad es el estado natural del lector aficionado: estabilidad asegurada, óptimo riego cerebral, disponibilidad de las cuatro extremidades, infinitas posibilidades ergonómicas…  Hasta la lengua se muestra generosa, describiendo al hombre tumbado con expresiones de intensa sonoridad: decúbito supinoyacente, decúbito prono… Y para demostrar lo antedicho, nos atrevemos a preguntar a nuestros ocasionales visitantes cuántos de entre ellos pondrían objeciones a la progresiva sustitución de la clásica silla de biblioteca por mullidos canapés y cómodos triclinios como los que se pueden ver y disfrutar en las salas de espera de algunos aeropuertos.

haciendo memoria

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Hasta se nos alcanza, podemos afirmar que muy pocos proyectos escolares se prolongan a lo largo de los años. Y aún diríamos más: el proyecto escolar, por definición, está condenado a extinguirse por concurso de traslados, tibieza, apatía, falta de apoyo, discrepancia o, simplemente, abandono. Por eso se nos abre una puerta a la satisfacción cuando, tentándonos las ropas, comprobamos que no nos hemos desintegrado en el hiperespacio. Sin trazarnos grandes objetivos, los que fuimos y ahora seguimos siendo continuamos hablando de lo mismo a nuestros alumnos, usuarios o no de la pequeñísima biblioteca de un instituto de pueblo. Por añadidura, han proliferado nuevas iniciativas, animadas por cuántos le hemos puesto entusiasmo al asunto, y que han ido enriqueciendo, digámoslo así, el acervo didáctico-pedagógico del Centro. Desde aquí no le damos las gracias a nadie, porque esa fórmula tan de moda de repartir gratitud a granel resulta estomagante y muy lesiva para los lectores de urgencia: las que estuvieron desde un principio se saben titulares de atributos como son los de la inteligencia y la curiosidad: Quizá esa sea la causa por la que perseveran en el empeño… Sea como fuere, hacemos balance bienal (que no bianual) de lo escrito, sugerido o dibujado en esta humilde bitácora, más por propio agrado que por afán recopilatorio.